lunes, 18 de febrero de 2013

Vengo como voy,
alta
y fumo por las partes prohibidas de la casa,
paso el humo por el encima del hombro,
por rocas y montañas, por el amor muerto.

 -No pasa nada-
Y la vecina me mira,
-fue dulce y nuestro-
ella mira
-Fue lo único que sentimos pasar-

 El humo se eleva, lo mira,
le digo: Todos venimos caídos,
ojos infinitamente abiertos,
 pupilas fijas,
              destrozados,
        desordenados.

 Yo vengo así como me ve,
interna como los gatos,
quizás antes también fumaba
y morí dentro de una voluta de humo,
quizás,
también me tajearon la cara,
vestía de blanco y negro
 y tomaba sopa de pollo cuando estaba enferma.

En este momento
todo el universo somos tú y yo
                         los recuerdos,
ahora lo sé, pero está bien,
                  no pasa nada,
tal vez seamos todo lo que necesitamos ser,
tramite, contracción,
laxitud
lo demás, sueños anchos como el cielo,
hasta los dinosaurios pueden haber sido un sueño,
                                        la obsesión del amor,
                            ese libro interrumpido
                      de versiones contradictorias.

 Hay una orilla mágica en el río.

Lo quería tanto, tanto,
pero el río como el Nilo, se llevó la siembra,
                   quedó la espina,
que rima con pared y espada,
ni siquiera quedó sombra de la sombra,
siembra de la sombra, que me añejó las manos.

 Le diría :
Amor mío: Me trasformé en palabra y fin,
en un tango estrellado que baila en la memoria,
en una honda caverna oscura,
                   canto equilibrista,
              desierto parlante
      imprudente-mohoso    
 detrás de un cigarrillo,
                                     y el humo.