viernes, 14 de mayo de 2010

ABALORIOS SECRETOS DEL ROCK Y EL CAFE


Luego de subir y bajar escalas casi todo el día entrar preguntar y salir de infinidad de tiendas, frente a un humeante cortado una nueva opción se presentó ante mis ojos. Después de convivir casi dos décadas bajo el mismo techo, la idea de invitarle un café no resultaba muy idónea. Probablemente a ella tampoco le haría mucha ilusión, pero no estaba del todo mal si tomaba en cuenta mi escuálido poder adquisitivo sumado al cansancio que ya sentía a esa altura del día.
Además, como terapia de auto resignación, y o justificación, recordé que cada vez que tiene oportunidad, mi madre, solapadamente deja deslizar un sutil reproche hacia mi falta de tiempo para con ella, ahora, me dije casi con egoísta satisfacción, no podrá quejarse por un buen tiempo.
Disfruté con calma el caliente brebaje que iba devolviendo de a poco las energías gastadas mientras daba una tregua a mis pasos. Entre sorbo y sorbo comencé a pensar en ella, repasé cómo con los años, habían ido cambiando sus ademanes y modos a la par con mi percepción.
Ella traga saliva repetidamente para atorar lágrimas , pocas veces ha llorado en mi presencia pero sé, que ha tragado en silencio detrás de la puerta. Creo que la conozco bastante, concluí. También pestañea rápido cuando la emoción le gana, y cuando su mirada se pierde más aún, en un punto invisible muy lejano, estoy segura que piensa en mi hermano. Imagino que ella, me conoce aún más.
De su juventud conserva el pelo largo, el gusto por el rock y un recorte antiguo de Plant que según ella, se parece a mí y a mi padre. Un gringo roquero que conoció durante unas vacaciones en Maitencillo. Se enamoraron perdidamente, él se quedó en Chile hasta que su visa se lo permitió, luego tuvo que marchar. Se escribieron durante un tiempo hasta que al parecer, por motivos de estudios él se trasladó a Boston, desde entonces ella no volvió a saber de él.
Su figura delgada y su desgarbo sesentero pasado de moda, comenzó a inquietarme de mala manera cuando cumplí catorce años, A los diecisiete, aprendí de ella a teñir géneros que terminaban en blusas o pantalones. Por esa época , también descubrí que manejaba un lenguaje mudamente locuaz para con el mundo, y percibí que era capaz de leer en sus ojos muchas cosas, menos una.

Le debía sin duda, un poco de tiempo consiente, se lo había entregado, pero el mundo sin palabras, es también un universo de aire.

Para entonces en mi taza quedaban dos sorbos, éstos me dije, nunca más los volveré a beber.

Toda mi vida había estado cerca de ella mucho más, de lo que imaginaba, pero nunca le había dedicado tiempo, justificando ausencias en mil tareas por hacer. Desinterés no era, ella me importaba, y mucho, la quería de la única manera que había aprendido hacerlo. Esa tarde comprendí, que tras una puerta había una mujer que estaba esperando entrar y al otro lado, otra, esperaba salir.

Días después de aquella velada con mi madre, que no fue un café, caminando a casa luego del trabajo, pensé en los tiempos que pasan por el reloj y bajo la piel, en los plazos que aunque no queramos, se cumplen, las etapas que conforman nuestra existencia, finalmente en el destino, que no estoy segura si está escrito o lo vamos creando, recordé a mi hermano sin su madre, a mi madre sin su hijo, mis días sin hermano. Lo que resta del todo con ella.

Me sentí, como hacía mucho no me sentía. En paz con mis actos y feliz portadora de una lucidez inédita

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