martes, 2 de marzo de 2010

NOCHE DE CRISTAL


Noche de viernes, mañana sábado no trabajo, me dedico a responder mails, puedo trasnochar libremente tal como me gusta hacerlo. Reviso escritos que siempre siento gritan más de una revisión. A las horas los ojos me avisan que estoy sobre exigiéndolos, escucho a mis hijos en la planta baja conversar animadamente con un amigo, decido escribir el último mail antes de ir a dormir.
Voy por la mitad y comienza a cimbrase levemente el piso, un temblor más para nuestro calendario de bailes, sin embargo casi al instante, mi fina percepción en sismos me avisa que no será uno más. Alejo las manos del teclado y cierro el computador, el mail a medio terminar se pierde sin guardarlo.
Mi hijo desde el primer piso me pide que baje. El marco de puerta es un lugar que manejamos como seguro para ubicarnos en estos casos.
Hijos de esta tierra sísmica, cada uno está instruido en lo que debemos hacer en casos como este, ruego en silencio por mi hija, la única que falta en este lugar. Todo sigue moviéndose, muros, tejados, piso, plantas, muebles cuadros, cañerías y junto con todo ello, nosotros.
Pasan los segundos y la tierra continua poderosa expresándose cada vez más fuerte. Aunque parezca extraño, no me preocupa saber cuándo acabará, por el contrario, mi pasión innata por lo incontrolable me lleva a imaginar la enorme placa subterránea presionando contra otra, toda aquella masa rocosa buscando acomodo como haría una anciana cansada en su cama. Siento la tierra debajo de mis pies, viva, interactuando con otro universo acuoso que acuna y que a la vez, es tan diferente.
Es un terremoto les digo a los chicos y con esta afirmación tan poco original, pretendo decirles que no pasará luego, que esta vez el movimiento será más intenso y prolongado que el de un temblor común y corriente, y qué nada podemos hacer, sólo esperar, ni siquiera confiar, por que no hay de qué confiar, salvo en nuestro propio actuar.
Trascurren los segundos y la tierra no deja de sacudirse, inconscientemente intento seguir su ritmo, mis ojos se dirigen al cielo probablemente en busca de compañía por parte de alguna de las hermosas estrellas que esta noche brillan como nunca, o de misteriosos signos reveladores que por siglos, los humanos necesitamos encontrar mientras aquellas respuestas, lo más probable, estén mucho más cerca .
Escucho a BuBu el amigo, llamando a la tranquilidad. Los tres están enfrentando esta situación alertas pero tranquilos, para ellos es una experiencia nueva, por cierto inquietante, en sumo secreto me regocijo al descubrir esa entereza.
Mamá, van a comenzar a caer cosas, tú tranquila, ahora lo más importante somos nosotros me dice uno de ellos, pase lo que pase debemos cuidar sólo de nosotros y no perder el control hay que mantener la mente fría, si perdemos el dominio cometeremos errores. Debemos estar bien para poder ayudar si es necesario, si nos accidentamos seremos otro problema más. Me quedo en silencio, eso se lo dijimos una vez y veo que no lo olvida.
Tras las palabras de mi hijo todo comienza a crujir , las construcciones van cediendo, los muebles se desplazan de un lado a otro, me tomo de la reja que hay puesta en el porche , siento el vaivén fuerte, activo e irrefrenable que va subyugándome de una manera casi narcótica, me dejo llevar donde quiera sea que me lleve. Los objetos que se precipitan al suelo me vuelven a la realidad, de la tierra emerge un sonido impreciso, seco y sordo. Arriba la luna llena alumbra con más intensidad, la Vía Láctea aparece plena, se ha cortado la energía eléctrica, la cuidad ha quedado a oscuras salvo por el plateado intenso de los astros. Un minuto y medio más tarde el movimiento va cediendo y todo vuelve de a poco a la calma. Ha parado de temblar. Nos abrazamos los cuatro.


Nos ponemos de acuerdo en la eventualidad que venga otro temblor, la idea de conservar el umbral como refugio es unánime, pero debemos reforzar al máximo las medidas de seguridad entonces, rapidamente planificamos poner la mesa de centro en la puerta dada su solidez
Nos ubicaremos en posición fetal bajo ella de modo que podamos albergar al otro, comúnmente “cucharita” Me toca liarme con Bubu por un asunto de portes. Sabemos que salir al exterior es muy peligroso y nadie lo hará, por lo que da igual bloquear la entrada con la mesa. Ante cualquier movimiento intenso, nos resguardaremos bajo ella que a su vez, estará bajo el dintel .

Los celulares están muertos utilizamos sus linternas para inspeccionar dentro de la casa. El desorden es total como lo esperaba, hay vidrios por todas partes la escala que lleva al segundo piso está bloqueada completamente por libros que cayeron de sus estantes y por el mismo estante que quedó incrustado entre el pasamanos y la caja escala. La entrada a la cocina está obstruida por sus muebles, por encima de ellos diviso a la rápida el piso cubierto de platos quebrados, los estantes abiertos están vacíos, todo lo que contenían yace en el suelo, el sector de planchado es un caos donde la plancha nada sobre detergente que a su vez, se derrama sobre una torre de aerosoles y estos, sobre un cerro de ropa por planchar. En el comedor las cosas no son distintas, toda la cristalería , incluyendo las copas de mi madre que se alcanzaron a salvar en el terremoto del año 1985, forman un cerro de vidrio en el piso, los platos murales dejaron solo espacio vacío en las murallas, el suelo brilla entre flores secas que alguna vez adornaron los floreros quebrados. Por un instante se me aprieta la garganta, el desastre se ha tomado mi casa y ha vuelto basura todo aquello que he atesorado con cariño Todo tenía una historia, una carga emocional. Aparto de mi mente ese sentimiento de pérdida casi absurdo , pienso en la fugacidad de las cosas materiales, en lo consabido que es, no aferrarnos ellas. Lo único verdaderamente irremplazable y valedero es intangible.
Mi hijo logra comunicarse con el departamento de su padre, la noticia que Carola está bien, nos tranquiliza enormente . Luego de esa comunicación casi milagrosa, el celular no funciona más.
No sé cuanto tiempo ha pasado, no importan los minutos ni las horas, nuestro instinto de supervivencia ha funcionado y volvemos a intentar comunicación con el resto del mundo, nos preocupa la familia, los amigos y no tenemos comunicación por ninguna vía.
Aventuramos el lugar del epicentro que no debe estar muy lejos de Santiago dada la magnitud del sismo. Imaginamos lo peor para ese lugar. La hora nos indica que mucha gente debe haber estado durmiendo, también agradecemos que haya sido a esta hora y no la hora pic de un día de semana donde lo más horroroso, se hubiera vivido en el metro de Santiago, insistimos por los celulares.
Sólo la luna nos acompaña regalándonos su compañía luminosa, la noche está por morir en un silencio tenebroso sólo para amanecer en un día funesto, quiero y no quiero enterarme de todo. Si confieso que no lo pasé mal me siento peor, debería estar asustada, choqueada como imagino está la mayoría, pero siempre he estado muy cerca de la tierra, siento la naturaleza correr por mis venas y me entrego a ella mucho antes de entregarle mis cenizas.
Temblores , terremotos, tormentas, tramiten mensajes. Los hombres no deberíamos olvidar la posición que tenemos dentro del mundo, no podemos manejar todo con números, poder o dinero, vivimos porque otra causa lo permite y no sólo gracias a los medicamentos ni a los médicos, ni siquiera el amor tiene tanto poder.
La naturaleza siempre tiene la ultima palabra, sólo hay que amarla como es, por lo que es, aprender sin miedo a convivir con ella como con la muerte, a entenderla y no pensar que nos castiga, que nos daña, contrariamente pienso, que somos nosotros quienes realmente inventamos ese verbo y lo conjugamos en todos los tiempos contra ella y por ende contra nosotros mismos.



El día ha llegado y con él, la energía eléctrica. Tal como imaginaba las noticias de este sábado, son desoladoras. La magnitud del desastre es inconmensurable, 8,5 grados en la escala de Richter, las noticias indican a este sismo, en el quinto lugar de los más devastadores de la historia mundial. Las imágenes son de dolor y horror
El epicentro con una intensidad de 8.9, está e la zona del BioBio, río que desemboca tempestuosamente al mar en el sur de Chile. Por ahí se ubica la maravillosa y ordenada cuidad de Concepción , con su famosa vida aniversaria, el puerto de Talcahuano, algunas playas de arenas cancheadas y pueblos muy cercanos al frío océano Pacifico, que avanzó por segunda vez sobre nuestras costas llevándose abruptamente parte de este país y su gente en una gran ola. .
Las imagines son dolorosas. Imposible no asociar lo ocurrido con otros desastres similares que ha vivido este país del sur del mundo. El terremoto de Valdivia de 196º , considerado tristemente como el sismo más grande de la historia grado 9,6 . El del ochenta y cinco de 7,8 grados en la escala de Richter que sacudió al puerto de San Antonio, cada uno ha dejado huellas geográficas y de las otras en nuestra historia. Los volcanes que han erupcionado llenando de profundidad la superficie de la tierra, arrasando pueblos y dejando vidas sin más vida que el recuerdo en sus seres queridos. Ríos que crecen en las alturas y se precipitan desbocados hacia los valles.
Todo me viene a la mente y seguramente a la de todos los habitantes de esta angosta y larguísima faja de tierra, que una vez más, nos sentimos tocados por la madre naturaleza que nos ama tanto, que no nos deja aparatarnos de su sabia voz, que no permite marearnos con el bullado éxito económico, que se las arregla de la única forma que sabe, para mantenernos a raya, unidos como pueblo y nos obliga a sentir el dolor de nuestros compatriotas como propio. Siempre nos recuerda que somos más humanos que máquinas. El dolor nos vuelve fuertes, más sensibles, menos arrogante y nos deja ser un poquito más soñadores.


Los tres hombres que me acompañaron esta noche, parten los próximos días de voluntarios hacia donde más los necesitan, me quedo sola pero tranquila.

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