domingo, 29 de mayo de 2011

VIOLETA

Violeta se toma su tiempo para salir de la sala, se despide amistosamente de sus compañeros y de Sebastián que la ha estado observando toda la clase, ella lo sabe, ha sentido la mirada fija de Ojos de Almendra desde hace tiempo, sabe también de sus sueños con ella. Ha sentido sobre sí, desde comienzo de año y mucho más atrás, la mirada de Hoja a Contra Sol y las pupilas insistentes de Dos Perlas Negras.
Todas aquellas miradas en algún instante han caído en su vacío ancestral, a su inagotable estado de ausencia presente. Todas como la de muchos otros hombres que han intentado infructuosamente acercase a ella, avanzar más adentro.
Violeta entre tanto y entre todos, no sabe que muro edifica, pero está consiente que lo construye y que son infranqueables ( algún día se lo cuestionará, buscará esa instancia).
Una vez luchó para derribarlos, para destruir aquella fortaleza levantada y dejar a las tropas pasar libremente hasta la cuidad de las luces, pero fue imposible terminar el arduo trabajo, por lo que se dio por vencida y se dedicó a pensar en otras cosas.
Sebastián rozó los labios por su mejilla en esa despedida a medias, él hubiera querido morder su boca , ella hubiera querido que lo hiciera.

Pasó por el pan a la panadería, a la fruta por la frutería y se fue a encerrar con sus ideas a medio hilvanar y su atado de libros al pequeño departamento que arrendaba en el centro de la cuidad. En la habitación de al lado vivía José junto a su esposa, era un matrimonio con sus años, aunque no demasiado viejo. El había jubilado y sus hijos vivían en el extranjero, Eliana su mujer, vivía más fuera de de casa que en ella y José, ayudaba de vez en cuando a su hermano en labores contables más por diversión que por necesidad.
Violeta sintió desde el pasillo cerrarse una puerta, se cruzó con Eliana en las escaleras, intercambiaron un cortes saludo y cada una continuó su camino.
Al pasar por la puerta vecina José alcanzó, por el fino espacio que dejaba la hoja y el marco, a dirigirle una mirada furtiva acompañado de un guiño.
Una vez en su habitación Violeta desempacó los bolsos, dejó los libros sobre una mesilla y encendió la televisión. Quería marearse en ruidos como era su costumbre, muchos sonidos, que ocuparan todo espacio para que no se filtraran los pensamientos, las palabras halagadoras, aquellas, que siempre intentaba asumir que eran mejor para otras, las miradas de los chicos ante las cuales, se sentía desnuda y presa de un temor inexplicable. Huía de toda clase de acercamiento, contradictoriamente, también los añoraba.

Ël, era su secreto, el único espacio donde había llegado sin temores, donde las palabras estaban demás, porque las palabras en presencia de José, no tenían la responsabilidad se ser, sólo eran ruidos que llenaban espacios.
Tocó a la puerta, José abrió y Violeta cruzó la sala, se dirigió directamente a la cocina y llenó un vaso con agua, luego, se dirigió a la habitación. José estaba desnudo con su sexo erguido. Se ha ido a casa de su hermana le dijo, no volverá hasta varias horas más. Violeta no respondió, ella sabía que Eliana cuando salía tan arreglada como la había visto, era para pasear un rato largo, quizás volver hasta el otro día, o quizás un día no volviera más.
Se quedó detenida junto a la puerta, mirando penosamente a José en esa posición. Le parecía patético, casi una carcajada irónica que la vida daba a través de aquel hombre. Pensaba a José como un ser aparte de todos, una especie de pecado que ella tuviera que acoger para redimirle hasta la consumación de sus huesos. Ella era una vía de purgación, la limpieza de todos los pecados carnales de aquel individuo, a través de ella, de su piel inmaculada, sólo cruzando contacto con su cuerpo, las faltas y miserias de aquel hombre se podrían ir perdonando, uno por uno.

Móntate le ordenó José. Ella bebió del vaso y avanzó, se subió sobre él. Lo veía desde arriba como cerraba y abría los ojos, él la miraba con ojos de árbol invernal, entonces ella, era el cielo.
Sentía como de a poco la respiración se le quebraba, luego fueron sonidos, sólo ruidos que apartaban a José de su cuerpo, la purgación de los pecados pensaba Violeta. Luego sintió el calor de José traspasando su cuerpo y se encerró en su espacio sin muros. Miraba sus ojos que ya no se cerraban, ya sabía de aquella mirada fija en nada, ya sabía lo que vendría y no le molestaba. Dame las tetas le dijo con voz ahogada, Violeta acercó su pecho hasta su boca, vio esos labios finos abrirse ante sus pezones duros. Sus pechos eran la copa, el bebería de ellos todo lo que sin ella jamás hubiera bebido. Le excitaba la propia excitación, el milagro de trasformar lo cotidiano en algo insólito, ella era el instrumento único en esa tarde mediante el cual José era otro, un animal, un ser absolutamente vulnerable bajo su presencia que no esperaba más de ella que ese momento de inconciencia, imaginaba ser el puente invisible hacia lo que aún quedaba por resoplar, por trepar, era un camino urgente y eso le atraía.
José mamó los pechos de Violeta como un recién nacido mientras movía más a prisa sus caderas. No cabe duda se dijo Violeta, es un bebé, un bebé asqueroso que habita en un cuerpo viejo, el cuerpo de Eliana. Entonces llegó a la parte que más le exitaba, pensar en la esposa visitando tiendas, hablando con sus amigas de vestidos, de hijos marchados, de cuentas, de maridos aburridos mientras ella, hacía de todo aquello un robo magistral. Robaba a Eliana no sólo las últimas fuerzas de su compañero, también le robaba su juventud, su historia, sus sábanas, los quejidos incontenibles de José que se contorneaba prisionero entre sus piernas, un reo que no quería salir del encierro.
Sintió la piel de aquel hombre arder bajo la suya, el calor le contagiaba la sangre, y ya no era José, si no, un hombre condenado a seguir moviéndose aunque no quisiera, ella ya no era Violeta, era una masa informe que latía al ritmo de un reloj de bomba. Ya no pensaba sólo sentía lo que sentía y deseaba desesperadamente seguir sintiendo. Quería sentir la lengua pálida de José mover sus pezones, quería sus dedos buscando su trasero, ya la bulla había cruzado los umbrales ya no necesitaba, del ruido de las voces ni el de la televisión, ni requería esquivar miradas, ya había cortado con lo externo que no entendía , estaba liberada de todos gracias a Eliana.