miércoles, 8 de mayo de 2013

A menudo te escribo,
misteriosa, no sé si gris, negra,
o de colores extraños,
no sé si eres eterna
             o frágil como el amor.
Te inserto mi calle de libros
plagada de miserias,
mis gusanos,
algo de todo este infierno que llevaré conmigo,
lo menos quedará sobre el patio,
meciéndose como una lágrima
mientras vamos camino al funeral.

Nunca me había detenido en tu entrada sin puerta,
sin ruido,
sobre el rumor de tu existencia mía, inoculada,
pero son las cuatro de la mañana,
sola,
cruzada,
dinamitada por una  extraña paz.
En algún sitio de la habitación te acomodas,
te fumas, te levantas,
recorres,
percibo tu nariz por la espesura del pelo,
vas reconociéndome, más urgente,
me detengo en tu espacio,
levanto tus párpados de playas sin mar,
la única certeza es invisible, es muda,
solo vive en gestación eterna, inmortal,
sin manos, sin cuerpo, sin imagen tridimensional,
la tercera mano sin sombra, férrea, fiel,
sin nombre,
tal como nos iremos.