martes, 27 de julio de 2010

QUINCE DÍAS Y CATORCE NOCHES



En algún momento escribí
“Quedan tantas cosas en el tintero”
desconocía que quedaba todo.




Salgo con la única certeza que estoy en movimiento. El tiempo puede saltar niveles, desplazarse más rápido o más lento, incluso la noche podría bajar de un taxi a las diez de la mañana y vomitar su luto en el centro de la cuidad, yo permanecería ajena e inmutable dentro de este traje anti balas perforado como colador. Doy un paso adelante y me detengo, siento la puerta cerrarse a mis espaldas.
He subido en el décimo piso. Es un ascensor antiguo que no tiene espejos, esto ayuda a quienes nos sacamos el rostro cómo he hecho yo el día de hoy, porque amanecí huyendo.
Divagando entre andamios olvido marcar el piso, mientras, intento responder una llamada que al fin se pierde en el celular. En el piso décimo quinto se descorre la puerta, nadie sube, apresuro el botón correcto. En el primer piso, la puerta de metal vuelve abrirse por ultima vez. Doy un paso adelante y me detengo, siento la puerta cerrarse a mis espaldas. Huye, le digo entre dientes, prueba una vez más que todo es inconstancia, cambio perpetuo cómo dijo Heráclito.
Qué bien hacen estos insignificantes sucesos dinámicos descorriendo de una bofetada, sutilmente, el manto engañoso del cual se visten las utopías y levedades, para hacernos creer, qué todo puede permanecer. Qué bien que un golpe mecánico acerque por un instante, la inconciencia al pragmatismo.

Afuera no hay nadie, es cómo si el mundo estuviera en receso en mi honor. Al borde del desfiladero prefiero equilibrarme sola, acaso precariamente pero sin testigos. La masa con sus voces ilegibles no hacen más que levantar una gran concha acústica, donde se estrellan ecos que abruman hasta hacer explotar todos los poros.
Frente a mis ojos, la calle de este domingo infame, se abre. Es uno más en el calendario del mundo, en el mío, que consta de quince días, es uno que nunca debió llegar, ni siquiera tuvo comienzo exacto o definido en horas. Se fue armando cómo los grandes tornados, aunando fuerzas para luego arrasar indiscriminadamente, ciego y brutal.
No avanzo ni retrocedo, aquí quedo detenida, los pasos que podría dar o no, son irrelevantes. El tenue sol me impresiona ridículo para secar las posas dejadas por la lluvia, paradojalmente pienso que si abro la boca, terminaría conmigo en un segundo.
Seguramente llovió. Sí, ahora recuerdo haber sentido lluvia, mientras no intentaba dormir.

Sigo pegada, ahora en otro suelo. Seguro bajé y subí escaleras, caminé, deslicé el pasaje. Estoy en el andén, la escasa gente que espera en este lugar parecen sombras proyectadas, están lejos, apenas caminan e imagino que también esperan.
Las estaciones se suceden sin razón. Durante el viaje Silvio canta en mis oídos para perderme un poco más. Desayuno en su compañía el vacío que regurgita desde lo más profundo de mi ser. Puedo ser zombie sin morir, puedo morir y continuar viva.

Suspendida en un espacio sin tiempo llego a casa, inmóvil y descolorida voy fundiéndome en sus muros blancos. Siento un llanto que viene desde adentro, acaso sean las viseras y órganos que me quedan.
La única parte que aún percibo de mi ser, es el latente músculo que pulsa y duele, duele y pulsa a un ritmo discontinuo y ensordecedor, mientras este día sigue asesinando.
Mi boca está seca, acorralada desde que desperté esta mañana. Por el camino, debo haber ido dejando algunos músculos, cada vez me siento más débil, sedienta de un agua que se me antoja verde o celeste
Apuro un lápiz hago una lista y dejo un poema. Tenía que ser, tenían que salir, a ultima hora, a deshora, ellos, mis malos poemas. Son buenos me decía Verónica, son válidos, son de corazón, yo sonreía y le abrazaba. Ella me quería, y yo a ella y mucho y no sé si algún día se lo dije.
Bebo agua y escribo. En el tintero quedan canciones a medio escuchar, un vaso a medio llenar, una pregunta atorada en la puerta, palabras que desarmar y cambiar de orden, regalos por entregar, aires con sabor a sal que respirar, una falda con raíces de cordillera que espera colgada en el closet a que vuelvan a subirla, una cama que dulcemente albergaba sueños que no son para este mundo que hay que vender.
Hoy, estaba pálido, no pude decírselo, no pude moverme, me cubrí con la sábana. Yo anoche no maté a nadie pero me vestí de negro. Anoche estaba contenta, estúpidamente inconciente del día que venía.