y tras los ojos los bosques echan raíces,
y un submarino amargo va quemando la base de la lengua.
Porque la espalda cansada va cediendo,
doliendo,
enredándose justo en el minuto donde nace el pelo
recordándonos que el aire, también puede lastimar.
Porque cuando los pies tiemblan,
la fragilidad es un huracán hambriento,
nos volvemos vulnerables,
leves,
como una bolsa que se mueve al viento,
desnudos,
como cuando se nos va un hijo.
Porque esta enfermedad nómada de morir de pena,
de hueso, sangre, de mudez severa,
de a poco, de vida, gota a gota,
no se va, ya no,
y nadie llega, ni llegó, ni existe
para salvarnos de la lluvia abierta,
del pozo helado.
de tanto cigarrillo apagado en silencio,
de los presagios del cielo,
de toda una manada de insectos.